Migrando
- Marina Soncini
- 24 nov 2023
- 3 Min. de lectura
Sobre ser alguien y no ser nadie, la identidad es probable que cabe en una botellita de zumo de manzana que, al abrirse, se extiende de punta a punta hasta que la pierdes de vista. Reconocerse a uno mismo implica muchas cosas, entre ellas a dónde vas. Cualquiera que pensara que descubrir quiénes somos era el objetivo de la vida se equivocaba, porque al final realmente solo estamos siendo. Y de una forma muy fluida, lo que somos construye innumerables identidades a lo largo de nuestras vidas, y quizá por eso seamos tan únicos.
Es curioso hasta qué punto estar lejos de tu tierra puede conectarte con ella, del mismo modo que es difícil expresar con palabras concretas hasta qué punto esta distancia influye en esta construcción. En primer lugar, estar lejos nunca significa estar realmente lejos, y eso ya lo sabe todo el mundo. Yo digo que es más bien una eterna mezcla de habitar más de un espacio interno, y permitir que esos 2 o más espacios te habiten a ti también.
No siempre estarán de acuerdo, no siempre estarán equilibrados en la balanza emocional. Hay días en los que allá duele mientras aquí hace sol, y otros en los que en la tormenta lloras de alegría. Con el tiempo descubres que, aunque con algunas permanencias, es la propia mezcla y el movimiento lo que construyen esta identidad. Una identidad de macetitas, de llantitos, de desencuentros y de reconocimientos. Llegas a notar que partes de tu historia, que solo han florecido por las calles de aquí, a miles de kilómetros de la casa, tienen sus raíces allá.
La adaptación te lleva a ocupar palabras, costumbres y gustos diferentes. Algunas veces casi inconscientemente. Tu paladar se adapta, también tu hora de almuerzo y tu armario, que ya no encuentra prendas a tu estilo tan fácilmente por las tiendas. Quizás sea realmente inevitable el re-conocerse. Quien soy por los nuevos ojos, míos y de los demás, por los nuevos sabores y el nuevo crop top que me compré sin que de verdad me hubiera gustado. Buscar sentirse como antes es luchar una pelea con lo que, en este momento, ya no es.
Esta misma adaptación, de reconocimiento de lo novedoso, es la que te trae también el reconocimiento del antiguo. El antiguo que (hay que decirlo) no existiría sin el nuevo. Dejando a un lado las confusiones poéticas, espero que me explico cuando digo que, a veces, agua nueva es necesaria para que crezcan las raíces. Reivindicar la tierra madre que vive adentro de nosotres puede ser casi vital para adaptarse, y es también inevitable en la construcción de la nueva persona que surge.
Es normal que se te olvide algunas cosas. Que empieces a expresarte de otras maneras. Pero a la vez, te sientes más latina que nunca. Entiendes que estas raíces están conectadas tan profundamente que traspasan los límites geográficos, y se encuentran más allá de la frontera. Yo ya tenía orgullo de ser brasileña (aunque no sepa bien lo que eso puede significar) pero he descubierto que soy parte de algo más grande. Expandir mi identidad para territorios vecinos ha sido muy potente.
Y puede que, por fin y por el camino, te entiendas como múltiple. Cada hora una, cada día un día. La mezcla de lo que traes, lo que llevas, lo que tomas y lo que das acaba en un solo aguacero. Es imposible separar lo que eras antes de lo que eres ahora y, por más irónico que resulte, donde acabaste te acerca cada vez más a tu lugar de origen. Con una singularidad casi dolorosa, esta constatación llega solo a los que ya no están más allá.
Yo sigo acá, mi tierra sigue allá. Hago mío el mar de aquí y, sin mucho esfuerzo, él me ha acogido en su hogar. La felicidad que he encontrado es tan subjetiva que no sabría decirte de dónde he sacado más hilos. Es una parte constante del movimiento, del arte que está en medio del camino y atraviesa tantas cosas que, sinceramente, es difícil enseñar sin bailar. El encuentro es la mezcla, es lo nuevo que surge al reconocer lo que no se conocía. Eso es lo que he estado buscando.
Comments